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Alberto Bruzzone: Pintura viva y ascética

Alberto Bruzzone: Pintura viva y ascética

Señalamos, hace algún tiempo: Solidez y concepción tradicional de la pintura es la primera impresión que causan las obras de Bruzzone, quien nos convoca, con los elementos más legítimos, a reconocer en sus trabajos un postexpresionismo de la mejor factura?.


¿Cardos y remolachas?, por ejemplo, es un alarde de plasticidad y habilidad en el manejo de la luz, que se ve en todos los cuerpos, donde brazos y codos presentan una soltura propia de quien tiene allí un gran oficio. Pero Bruzzone no se detiene aquí. Hay, a través de un trabajo concienzudo una gran amor por sus criaturas que transmite a poco de mirar cada tela. El empaste es grueso y el tema la expresión. De modo que su ?Gioconda iluminada? está como conteniendo la respiración, en un estado entre agónico y perplejo.

Con el modulado, el empaste y el claroscuro logra una corporidad que hace valer sus obras como una férrea escultura que se consume en su propia llama, la de su dramatismo, que a veces obra por ausencia como en el caso de ?El payaso y la gallina?. Esa capacidad para corporizar las cosas lo aproxima a veces a un academismo que hoy por hoy con tanta pintura improvisada, nos otorga un respiro como sus ?Calas?, casi de porcelana. ?La verdulera? por su parte es un cuadro llamativo. Mujer y naturaleza muerta están aliados en una magnifica composición que hace de lo típico, oficio y personaje, en cuanto a la belleza de lo cotidiano.


Fiel a si mismo

Lo dicho anteriormente se confirma ahora y se amplía el criterio de que la expresión es el tema y que cuando hace retratos, aunque se ciñe al modelo, éste queda determinado por el estilo del maestro, que consiste en otorgar vigor, carácter, escarbando hasta hallar psicologías antes que parecidos fotográficos.

Bruzzone es un artista que no ha concedido un ápice a la blandura, desde sus comienzos a la fecha, porque seguramente juzga para él que la blandura y lo amable no es arte. Y como es fiel a sí mismo, acomete la tarea sin importarle el éxito o el fracaso: le interesa pintar o dibujar todo lo que pueda y a través de los cuadros encontrarse siempre y ser él mismo, lujo envidiable que sólo los artistas pueden darse y trascender, justamente, por haber sido ellos mismos, cuando aprovechan su talento. Tampoco se remite a fórmula sino a su ideario y desecha toda intectualización, todo aquello que acentúe lo puramente técnico. El lo dice así: ?A mi juicio, precisamente lo que cuesta para la composición es la aptitud que el artista debe tener ante sus ojos o lo que ha imaginado y expresarlo así, desechando el rígido sometimiento matemático a las pirámides, los relieves asirios, las pinturas chinas y bizantinas y las obras de Giotto, Leonardo, Tiziano, El Greco, Tintoretto y Cézanne?.


Materia viva y ascética

Bruzzone usa muy poco color: prácticamente no sale de los ocres y los grises y sin embargo consigue una materia viva, que está como moviéndose en el lienzo, como acomodando su grueso empaste, su generosa carne. Y por ser pobre el aspecto cromático resulta ascética. Por eso casi haríamos un parangón con Rounault, que nos emociona con su mística carne viva.


En ocasiones los movimientos son convulsivos, como cuando reclama libertad en ?Violencia?, óleo de 1972 o cuando retrata a oprimidos y opresores en "Lucha popular", otro óleo de ese mismo año, como igualmente con un cuadro que tiene este largo nombre: ?Cuando la mano del poder derriba palomas y estudiantes por las calles ?.

Ninguno de sus autorretratos es sereno. Se capta ya joven, ya entrado en años, como un ser golpeado por la vida pero jamás entregado: como un inocente o seriamente reflexivo como en ?Etapa final ?, óleo de 1978. No es sereno ni siquiera cuando representa unos cubiertos juntos a una botella como en ?Sobremesa?, óleo de 1957. Sí, en cambio, se enternece con los niños y los hace un poco como son, como en "Valentina en triciclo", pastel de 1973 y aún aquí la tiranía de la expresión aparece y por eso la muestra de espaldas.

Declara el artista: Entregarse a la pintura supone emprender un camino penoso cuya meta aparente es un espejismo: la pintura. De nada sirve lo que se cree haber alcanzado, a menos que uno se conforme con lo alcanzable.

Estas palabras de Bruzzone nos sirven para redondear esta nota y para comprender que, en cierto modo, él alcanza lo que se propone, ese imponderable, esa magia que guía a su arte y que lo hace coincidir con la vida: esa es la verdadera pintura.